Las anomalías naturales de la semana pasada, del 9 al 15 de abril, se convirtieron en otra prueba de que la imagen habitual del mundo ha empezado a resquebrajarse.
Allí donde debería hacer calor, nieva. Donde normalmente hace fresco, el calor es como en pleno verano.
Los vientos huracanados destruyen ciudades, las personas se asfixian por las tormentas de polvo y las cosechas mueren por las heladas repentinas. Casas destruidas, cientos de muertos, millones de damnificados.
Hoy, cuando cada vez más personas son testigos de catástrofes y anomalías naturales en aumento, en el espacio mediático continúan circulando desinformaciones.
Los medios no explican cuál es la causa de los desastres que aumentan. No nos muestran los hechos importantes. Y lo más importante, guardan silencio sobre el hecho de que ya existe una solución capaz de detener los cataclismos en progreso y prevenir el peor de los escenarios.
En lugar de eso, nos arrullan con: «Esto ya ha pasado antes», «Todo está dentro de lo normal», «No está pasando nada grave».
Antes, tal tontería podría haberse ignorado. ¡Pero hoy no! Hoy el precio es demasiado alto porque se trata del futuro de toda la humanidad. ¿Por qué, al ver lo que está sucediendo, muchas personas siguen creyendo en sus cuentos? ¿Acaso piensan que no les afectará? ¿Viven en otro planeta?
Después de todo, cada uno tiene seres queridos, familias, hijos. Una persona sensata, al enterarse de una amenaza, transmite la información y busca una solución. Si queremos proteger la vida en el planeta, debemos hablar claramente sobre el verdadero peligro: los cambios geológicos y climáticos globales, los procesos que ocurren en el interior de la Tierra.
Las acciones de cada uno de nosotros determinan el futuro de miles de millones de personas, incluidas aquellas a quienes más amamos.